Barcelona, 22 mar (EFE).- Roger Waters no es un tipo cualquiera y su concierto de despedida en Barcelona tampoco lo ha sido. El mítico líder de Pink Floyd ha lanzado este martes sobre el Palau Sant Jordi toda la fuerza de su música, en un espectáculo visual imponente, en el que ha subrayado el mensaje político del que se erige como abanderado.
La última gira mundial del cantante de 79 años de edad, “This is Not a Drill Tour”, no quiere ser, como su nombre indica, el simulacro de un espectáculo, sino un espectáculo por todo lo alto, ni tampoco el simulacro de una llamada de atención sobre la situación del planeta, sino un mitin político en toda regla.
En su primera parada en España, el impactante montaje ha funcionado como un reloj, el sonido ha sido impecable y las 18.000 personas que han llenado el recinto, mayoritariamente nacidos en los sesenta y los setenta, han podido rencontrarse con sensaciones de su juventud sin perder el contacto con la actualidad, constantemente presente en los mensajes de denuncia de las enormes pantallas.
Con un escenario en forma de cruz situado en el medio de la pista, el concierto ha empezado dividido por cuatro paredes que impedían ver a toda la banda y en las que se proyectaban imágenes apocalípticas mientras sonaba “Confortably Numb”, temazo de un disco que ha hecho historia, “The Wall”.
En el momento en el que el famoso cerdo volador de Pink Floyd ha aparecido en el cielo gris de la pantalla, el sonido de un amenazante helicóptero ha helado la sangre de los presentes y las cuatro paredes-pantallas se han alzado, permitiendo ver la formación al completo, con nueve músicos y Roger Waters al mando.
Diez maestros sobre los que han sobrevolado durante todo el concierto unas gigantescas pantallas, en las que el arte visual ha brillado con luz propia, sin pisar la música y sin dejarse comer por ella.
Waters ha sido generoso con el número de temas de Pink Floyd incluidos en el repertorio y han sonado leyendas como “Another brick in the wall”, “Sheep”, “Us & Them”, “Wish you were here”, “Have a cigar” y “Money”.
También ha tenido mucho protagonismo la última canción de la larga carrera de Water en solitario, “The Bar”, compuesta durante la pandemia y que defiende el bar como “un lugar donde poder hablar sin miedo”, según ha dicho antes de interpretarla.
Esta frase ha sido el preámbulo de los dos momentos en los que la potencia del rock y las imágenes han descansado para permitir a Waters sentarse ante el piano y charlar con su público.
Unas charlas que han sido acogidas de forma desigual por los espectadores, que han aplaudido y silbado.
“El concierto muy bien, pero él es un poco chapas”, ha comentado un asistente, expresando el sentir de la parte del público, más interesada en la música de Waters que de sus discursos políticos.
Pero la auténtica causa de los tímidos silbidos que se han oído ha sido que Waters ha sacado el tema de la guerra de Ucrania y, aunque ha hecho una reflexión antibelicista y ha puntualizado que está muriendo mucha gente en ambos bandos, son conocidas su polémicas palabras en ONU, donde fue invitado por el embajador ruso y dijo que la guerra “no se produjo sin provocación”.
El público ha sido más unánime respecto a los mensajes de las pantallas, que han sido aplaudidos en más de una ocasión, como cuando han denunciado el antisemitismo, un gesto especialmente apreciado por el público después de que se anulara su concierto en Frankfurt (Alemania) por unas declaraciones suyas en favor de Palestina y contra el gobierno israelí, que se interpretaron como antisemitas.
“Si eres de los que te gusta Pink Floyd pero no soportas el rollo político de Roger Waters, puedes largarte al bar”, han advertido las pantallas antes de empezar el concierto, aunque, si alguien lo ha hecho, se ha perdido el primero en España de una gran gira que seguirá en Madrid, con dos fechas en el WiZink Center, y luego viajará a toda Europa. /EFE. Rosa Díaz